viernes, 16 de diciembre de 2011

El sombrero metafísico


(Habla el poeta).
¿Y qué es el amor?, nuevamente esa pregunta que me asalta en los momentos en que no pienso en ello. Siempre tan pequeño, siempre tan invisible. Así ha de ser, me dije. ¿Pero es necesario? Es justo y necesario. No, no lo es, y tampoco importa que así sea. Al parecer mi aura sólo brilla para la naturaleza, para las inquietas avecillas que me observan y trinan. Para ese gato de blancas botas y negro sombrero que una noche me preguntó: “¿Estás solo, mi buen amigo? Pues yo también, sólo mírame”. Y entonces yo asentí, porque el idioma universal no necesita de un intérprete, porque espero que tú también lo conozcas, que puedas aprenderlo al menos, como ella no pudo nunca hacerlo. Ni siquiera he podido querer, o bien, digamos, ¿a quién le importa después de todo? Soy invisible en ese sentido.
Ahí está, helo aquí, obsérvenlo: una mirada melancólica y profunda, como escudriñando los secretos del viento; un semblante jovial que esconde una sabiduría de la vida que se burla de lo empírico; una voz a veces algo grave, otras más amable, pero siempre musical; un tranquilo caminar, cuando de verdad es él quien lo hace y no sus preocupaciones; un triste y poético reflejo en su boscoso iris; un planificado alboroto en su cabellera castaña; un hilo de recuerdos en su memoria, y un collage de Cupidos en su corazón. Sí, es él: el hombre del sombrero invisible.
Un sombrero y un bastón, podrían verse a solas tirados en la acera, abandonados como su amable espíritu. Una llama, no es un fuego que queme, es una flamígera vitalidad, una pretensión de, quizás, ser lo que solamente los otros pueden ver de él: una pluma, un tintero y las líneas fluyendo junto a su estético conocimiento, a su filosofía sin palabras, a su historia sin tiempo... a su amor sin amor. El sombrero está colgado, él... alguna vez quizá deseó estarlo, pero claro, era sólo una metáfora, demasiado alegórica para ser poesía. Y entonces, resonó en su cabeza, escogida por el destino, por la voluntad de ese soporte que recibe ahora sus pensamientos y escoge los sonidos que inundan su ser: “Helena está muerta para todos”. Lo sabía, siempre lo supo... pero ahora lo oye; sí, en algún lugar, en algún momento, te veré de nuevo y te encontraré, a ti no, pero al menos a tu volátil resabio de cariño que en otra golondrina se convertirá en amor: somewhere in time, with someone like you... Mejor dejarse llevar por lo dionisíaco de la música, esa música que me arrancó la puerta de la percepción, esa música que se me olvidó, esa poesía que nunca me cantó, al oído tal vez, pero con mucha timidez: somewhere in time... ¿la amaré otra vez? ¿A ella, o a ti? ¿Al pasado o al futuro? ¿A lo que no fue o a lo incierto? El presente, sin duda soy yo, y el “yo” es siempre solitario, pero no triste ni final. ¿He amado alguna vez? Sinceramente, no lo sé... pero, esto es quizá lo que me sostiene, estos signos simbólicos: “No ser amado es una simple desventura. La verdadera desgracia es no saber amar”... espero conocer alguna vez, al buen amigo que pronunció estas palabras, quizá en algún teatro del olvido celestial, o en la vuelta de la esquina, pues, ¿sabemos realmente a quién hemos de encontrar? Un sombrero, un castillo y un blasón. Ojalá fueras tú (sí, tú) conquistando mi corazón.
(Silencio).

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