Ensayo sobre el Romanticismo
"Mas vale querer la nada a no querer" - Friedrich Nietzsche
El descubrimiento de la Nada como límite de la razón y de la vida en general, al quedar ésta totalmente carente de sentido, se produce durante el romanticismo - aunque ya antes se hayan vislumbrado ciertas incongruencias en cuanto al paradigma racional, las cuales fueron solucionadas con la apelación a la divinidad, tal como hizo Descartes en su teodicea. ¿Pero qué sucede cuando la idea de Dios se desvanece? ¿Qué pasa cuando las certezas se disuelven y todo aquel edificio reluciente y bello aparece ahora a punto de derrumbarse? Eso es precisamente lo que veremos a continuación.
El romanticismo, como movimiento cultural, socavó el optimismo de la Ilustración y la esperanza que ésta había planteado en una lógica de progreso histórico conducente a la realización de los ideales de “libertad, igualdad y fraternidad”. Aunque más que el romanticismo, deberíamos decir que la misma historia se encargó de esto, puesto que los ideales no acabaron por plasmarse en la realidad. Fue precisamente esta incongruencia la que vieron los románticos.
El afán optimista ilustrado, y su pretensión de conquistar la realidad mediante las explicaciones de la razón, se disolvieron ante la incapacidad de dar respuesta a las preguntas que surgían “del otro lado de la naturaleza humana”. Así pues, se reivindicó a la parte humana vinculada con los sentimientos y el inconsciente, por sobre lo racional. La voluntad, aquello que se expresaba en la creación y el actuar humanos, tomó el lugar de la razón en las explicaciones románticas acerca de la realidad. El hecho de que la voluntad, y no la razón, fuese el requisito ontológico de la existencia humana condujo a la cristalización de dos nuevos paradigmas: la nostalgia y el nihilismo.
La voluntad, al no ser aprehensible sino únicamente “canalizable”, se mostraba como la totalidad, la infinitud del Cosmos, en contra de la pretensión ilustrada de que se podía conocer todo lo existente a través de la razón y la ciencia[1]. Se pasó así de una concepción mecanicista de la naturaleza, que veía a ésta como una construcción geométrica perfecta y finita, a una concepción vitalista que la veía como un ser vivo en continuo desarrollo, y por ende, infinito. Un buen ejemplo de esta nueva concepción es la función que tenía el artista dentro del romanticismo.
El artista, concebido según los parámetros ilustrados, era quien imitaba la naturaleza en sus creaciones, no pudiendo ser más que un “alquimista de la forma”, un maestro de las apariencias. Para los románticos, como Schelling, el artista era el creador par excellence, el “alquimista de las esencias”, el maestro de la verdad. El artista no imitaba la naturaleza, penetraba en ella, en su ser primordial. Sin embargo, esto no era completo, puesto que sólo podía alcanzarse una leve cercanía a la infinitud, a través del símbolo, el cual podía expresarse en la música, la pintura, o la poesía[2]. La voluntad estaba en el seno de la creación artística, por lo tanto, un poema, una obra musical y una pintura no eran parte de la subjetividad del artista, sino que eran materializaciones de la voluntad misma que, a través del artista y su acto creador, se había “hecho real”. El artista permitía la conexión de “dos mundos”.
Retomemos ahora los paradigmas del romanticismo que mencionamos anteriormente. La nostalgia, se entiende como el anhelo de absolutez, el deseo de alcanzar la infinitud, aunque esto sea imposible. Por ello, el romántico siempre estará en permanente búsqueda, en constante crear, puesto que la existencia sólo vale en tanto se vive, se hace y se crea, es decir, en tanto se es “volición encarnada”. Así, aunque nunca se alcance la verdad, el romántico elige el camino eterno hacia la búsqueda de ésta en el mundo. Esta nostalgia es también deseo de una “edad de oro”, por ello se retoma lo medieval, los mitos y las canciones populares (y en algunos casos, también lo griego y lo renacentista[3]). En la nostalgia romántica está también la admiración por la naturaleza, el rechazo a la modernidad ilustrada, y la exaltación de la mujer como encarnación de lo bello[4].
Lo que identificamos como segundo paradigma del romanticismo, es el nihilismo. Aquí es conveniente hacer una breve alusión conceptual con tal de que se entienda, en este caso, lo que quiero decir con un nihilismo propio del romanticismo. El nihilismo se puede definir como una actitud de vida, es decir, como una moral, y por tanto, una forma de existencia. Nihilista es aquél que no encuentra razón alguna que sustente su vida más allá de la nada misma. Es decir, el presupuesto básico de un nihilista es que la vida no tiene sentido, y por ende, nada lo tiene. Pero también es nihilista aquél, que aún sabiendo que la vida no tiene sentido, busca una forma de vivir en este mundo edificado sobre la Nada[5]. El nihilismo, como actitud vital, puede tomar varios matices: desde una concepción à la Sade, donde se justifica todo acto en función de las más potentes – y subterráneas - pasiones humanas, hasta un esteticismo radical, en donde se vive en función del arte y nada más, esto sería una concepción à la Baudelaire. Si bien los personajes que hemos mencionado como ejemplificadores de estas dos actitudes nihilistas no son propiamente (o del todo) románticos, sí corresponden a dos actitudes nihilistas propias del romanticismo como son: la del rebelde y la del artista. Sin embargo, existe aún otra actitud nihilista propia de los románticos: la del héroe trágico.
¿Pero cómo es que estos tres subtipos surgen del paradigma nihilista romántico? La respuesta es simple, puesto que la actitud nihilista romántica exacerba el sentimiento de estar a la deriva frente a la inconmensurabilidad de la infinitud. Al no poder tener certezas, se pierde la capacidad de fundamentar la existencia, y ésta queda expuesta, solitaria en el desierto inmenso, en frente de la Nada. Ante esto, existen varias respuestas posibles en términos de una actitud vital, dentro de las cuales he escogido – como propias del romanticismo - la del rebelde, la del artista y la del héroe trágico.
La actitud del rebelde es bastante común durante el romanticismo y se identifica, originalmente, con la figura del revolucionario. Es así, por citar un ejemplo, como tenemos a Lord Byron embarcándose a Grecia para luchar por una causa revolucionaria. Pero además, la figura del rebelde se busca en lo popular, en contraposición a la élite. Es así como surgen héroes populares basados en el estereotipo del buen ladrón, del pirata, etcétera. En fin, de todo aquel que sea capaz de dirigir su acción en función de un ideal contestatario, opuesto a toda forma convencional, a todo orden establecido. Hay entonces un "anhelo de caos" en esta actitud del nihilista rebelde. Para él, la existencia se justifica en la lucha contra la moral establecida, la rebelión es la forma perfecta de existir pues permite el actuar, el llevar la voluntad a su máxima expresión humana. La voluntad se vuelve así destructora y redentora a la vez.
La otra forma de reacción existencial ante el sentimiento de deriva romántico, es la vida consagrada al arte. El artista ya no es un productor de manufacturas, es un ideal de vida en sí mismo. El arte se transforma en una forma de existencia. Aparece así el genio, el excéntrico personaje que, cual Beethoven, es capaz de aparecer vestido de verde y con los cabellos alborotados en frente de toda una audiencia. La vida sólo tiene sentido como fenómeno estético, el arte es el fundamento de la vida. Esto es lo que dirán los excéntricos genios románticos[6]. También esta forma de vida del artista se expresará en una determinada manera de vestirse y conducirse en la sociedad, luciendo impresionantes trajes y conquistando mujeres por doquier[7].
El último modus vivendi romántico, enmarcado dentro de lo que definimos como el paradigma nihilista, es el del héroe trágico. Aquí los románticos recuperan al héroe shakesperiano, a Hamlet y Romeo, quienes encarnan el ideal trágico que pasaremos a exponer. En primer lugar, cabe mencionar que utilizo esta definición de “héroe trágico”, tomando en cuenta, sobre todo, el prototipo del héroe dramático griego, como puede ser, por ejemplo, Edipo. Lo que cuenta es la oposición del héroe ante el destino, ante aquella fuerza que no puede vencer, pues es por mucho superior a él. El héroe trágico romántico se enfrenta también ante la fuerza del destino, pero no siempre su actitud termina con la aceptación de éste, sino que, en ocasiones, el héroe romántico acaba suicidándose ante la imposibilidad de ver cumplidos sus deseos (como Werther en la novela de Goethe). Así, el héroe trágico es quien se enfrenta ante aquella fuerza que se presenta como inevitable e incontenible, eligiendo resistir (aceptando el destino), o morir (suicidándose), otorgando su vida por un ideal determinado, que en la mayoría de los casos se identifica con el amor. Proseguir con una caracterización del héroe trágico romántico necesitaría de un ensayo aparte, es por ello que deberemos dejar hasta aquí la expositio de su figura como uno de los modos de vida nihilistas románticos, para centrarnos ahora en la conclusión de la idea general de este apartado.
Como ha quedado claro luego de lo dicho en los párrafos anteriores, el romanticismo supuso una nueva forma de enfrentarse a la realidad que partió del cuestionamiento de los principios ilustrados y de la reivindicación de los sentimientos y de lo inconsciente en la vida, además de identificar, como principio ontológico fundamental, a la voluntad por sobre la razón. En relación a esto, vimos que se podían identificar dos paradigmas del romanticismo, dos formas de éste, que condicionaban determinadas maneras de existir: la actitud nostálgica y la actitud nihilista. En esta última, mencionamos tres formas de actitud vital (tres formas de reacción ante el nihilismo, pero surgidas de éste en tanto concepción de la realidad). En primer lugar, mencionamos al rebelde, en segundo lugar, al artista, y por último, al héroe trágico. Cada uno concebía una determinada forma de vivir en este mundo, cuyo fundamento nos estaba vedado, y por ende, no podía existir certeza[8]. Cada cual reaccionaba de forma propia ante lo indefinible del mundo, ante la voluntad ciega que era comparable a la Nada, en tanto no podía ser aprehendida.
Para finalizar, podemos resumir el romanticismo en dos actitudes: una optimista y otra pesimista. La optimista se vincula con el paradigma de la nostalgia, en tanto que el hombre se embarca en una búsqueda de la verdad a través de la creación y del hacer, aún sabiendo que es imposible conocer la verdad del mundo. La actitud pesimista es aquella propia de lo que denominamos como paradigma nihilista, es decir, tiene relación con la conciencia de finitud y la visión de una fuerza hostil que se opone al hombre, el cual sólo puede chocar contra esta, no existiendo nada más allá.
A pesar de estas diferencias en cuanto al modo de ser romántico, podemos identificar claramente un deseo común, el cual consiste en la vuelta a lo Uno primordial. Se trata entonces de encontrar la unidad de las cosas, abarcando todos los aspectos de la vida y no reduciendo la realidad a algo medible racionalmente, o explicable mediante leyes[9], sino que concibiéndola como un ser vivo, como voluntad - como movimiento puro -, ya sea una fuerza hostil y destructora, o una benigna fuerza creadora. El romanticismo significa, en el fondo, una vuelta a los ideales apolíneo y dionisíaco que pudimos ver cuando hablamos del hombre griego; es, en esencia, un renacer del espíritu trágico esquileo y de las musas de Apolo, una unidad de los opuestos entre lo bello y armónico y lo ciego y subterráneo de la vida. La aparente contradicción del movimiento romántico, dada su multiplicidad de elementos, queda refutada así mediante la unidad dual de los opuestos complementarios.
[1] Fue Fichte quien, llevando a sus últimas consecuencias los postulados kantianos, llegó a la conclusión de que la voluntad era lo que subyacía a la totalidad de las cosas. Luego sería Schopenhauer el que profundizaría en el tema de la voluntad, aduciendo que el mundo no era otra cosa que la materialización de ésta, su representación apariencial (El mundo como voluntad y representación).
[2] Sería particularmente fructífero poder desarrollar aquí el tema de la música, la poesía y la pintura románticas, pero baste por ahora con mencionarlas y prometer un futuro ensayo al respecto.
[3] Esto es patente especialmente en Nietzsche, así como también en Wagner.
[4] Es recurrente en la poesía romántica el vínculo entre la naturaleza y la mujer, un ejemplo de ello, aunque tardío, es Bécquer.
[5] Es esclarecedora, a este respecto, la diferenciación que establece Nietzsche entre “nihilismo activo” y “nihilismo pasivo”. En este caso, la actitud nihilista romántica contiene ambas acepciones, que varían según el caso.
[6] La concepción del arte como forma de vida tendrá especial eco a fines del siglo XIX y comienzos del XX con los llamados “movimientos vanguardistas”, como el simbolismo y el surrealismo, donde la figura del artista genio, del dandy y del flaneur tendrán una preponderancia bastante notoria en los círculos literarios (Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé, Lautréamont, etc.).
[7] La figura del seductor no es sólo de este período, sino que trasciende las épocas. Ya existía un antecedente real (Giacomo Casanova) y uno literario (Don Juan Tenorio).
[8] Es “la muerte de Dios” que identifica Nietzsche en el aforismo 125 de La gaya scienza. Esto es, la pérdida de los fundamentos de absolutez, donde cabe también el ideal ilustrado de progreso que fue cuestionado por el romanticismo.
[9] El romanticismo, por definición, se opone a toda tendencia normativa (véase por ejemplo a F. Schlegel) – así como a toda forma vacía de convención o “rito social” - que trate de aprehender lo inasible – en su carácter de reacción antiracionalista -, la voluntad que mueve al mundo, puesto que la vida es movimiento y creación continua. Así, vemos que el rebelde, el artista y el héroe trágico no se contradicen entre sí dentro del movimiento romántico, sino que son parte de una misma tendencia – expresada en distintas formas de lo mismo - que reacciona ante lo estático y “sin vida”.
por M.